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Saltapura

Reflexiones de otro tiempo a propósito de la muerte

Antes, las tumbas eran más hermosas. La mayoría tenía un enrejado que rodea la tumba. Mi papá y otros hombres de su generación construyeron muchas, por encargo. No todos los hombres se dedicaban a hacerla, ya fuera por que carecían de las herramientas necesarias para ese trabajo o por que no tenían habilidades. Ahora yo pienso que estos hombres eran artistas sin saberlo. De pequeño admiré las formas que adquirió la madera entre sus manos. Otras personas también hicieron comentarios felices e interrogadores respecto de sus obras. Eso fue en el día de los muertos o en los preparativos para ese día o cuando llegó un nuevo habitante al cementerio o simplemente porque salía en la conversación. El color que es importante, me parece fue siempre secundario. Antiguamente no se disponía de pinturas; pero, la mayor parte de las rejas llevaban pintura blanca, también variedades de azul y el negro en pintura o alquitrán. Los demás colores tienen poca presencia; es posible encontrar tonalidades de verde, amarillo, rojo o anaranjado. Los “ce mamvj” existieron en Saltapura, como en todas partes; pero, no alcancé a verlos. Mi tía Dominga me contó que cuando ella era pequeña el cementerio no tenía cerco y que no había rejas ni cruces. Sólo había ce mamvj. En ese tiempo, creo, las gentes aún eran sepultadas en un tronco ahuecado, en un wampo.  Cuando yo fui niño vi sepultar a mucha gente en ataúdes que se hacían allá mismo. Mi tío Pablo construyó muchos, de tablas cepilladas, que los mismos deudos proveían. Esa fue la década del 60 en que también comenzaron a verse ataúdes comprados en la ciudad. Bueno, a mí me parece así, tal vez en los cincuenta o más antes se compraron ataúdes. Nadie me ha contado acerca de eso. Los que yo vi llegar al cementerio de Saltapura eran impresionantes: tan negros y brillantes, con manillas de metal plateado y una imagen sobre la tapa que se abría como una ventana para mirar el rostro del fallecido o fallecida. Ahora me pregunto como habrá de ser el ataúd en que a mí me sepulten. Eso si mi cuerpo queda a disposición de los que quiero y que me sobrevivan, por que si muero como la hija del escritor Délano, nunca me habrán de hallar. O si me muero como los del terremoto en Turquía o como los desaparecidos de la dictadura o como la abuela que cayó al río Imperial hace dos meses atrás y aún no es hallada y creo que ya no la buscan: En ese caso, mi ataúd será la naturaleza misma, espero. (agosto de 1999)

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