Carta (2a parte)
Vosotros habláis en las escuelas de integración. Pero ¿se puede hablar de integración cuando no hay una integración social, una integración de los corazones y de los espíritus?
Acompañadme al patio de una escuela en la que se pretende que reina la integración. El suelo es negro, plano, liso y feo; mirad, es la hora del recreo: los alumnos corren hacia el patio. Y se forman entonces dos grupos distantes: a un lado los alumnos blancos y allá lejos, junto a la empalizada, los autóctonos. Volved a mirar el patio; ya no es plano; se yerguen montañas, se abren valles, surge un gran abismo entre los dos grupos, el vuestro y el mío, y nadie parece capaz de salvarlo. Esperad, va a sonar muy pronto la campana y los alumnos abandonarán el patio. Solamente se mezclarán en el interior ya que en un aula es imposible producir un abismo grande: sólo puede haberlos pequeños porque no toleramos los grandes.
¿Qué es lo que queremos? Sobre todo, queremos ser respetados y sentir que nuestro pueblo tiene su valor propio. Queremos tener las mismas posibilidades de triunfar en la vida, pero nosotros no podemos triunfar con arreglo a vuestras condiciones ni progresar según vuestras normas: necesitamos una enseñanza especial, una ayuda específica durante los años de formación, cursos especiales de inglés; necesitamos orientación y asesoramiento, oportunidades laborales equivalentes para nuestros jóvenes cuando terminen los estudios, ya que, si no, se descorazonarán y dirán: “¿Para qué nos ha servido todo esto?”
Nadie debe olvidar que nuestro pueblo tiene unos derechos especiales, garantizados por promesas y tratados. Nosotros no los mendigamos y no os agradecemos, porque bien sabe Dios que el precio ha sido exorbitante: el precio ha sido nuestra cultura, nuestra dignidad y el respeto que sentíamos por nosotros mismos. Hemos pagado, pagado y pagado hasta llegar a ser una raza herida, conquistada y minada por la pobreza.
Gracias por haberme escuchado; sé muy bien que en el fondo de vosotros mismos desearíais ayudarnos. Me pregunto sin podéis hacer gran cosa. Sí, podéis hacer muchas cosas. Cada vez que encontréis a mis hijos respetadlos como lo que son: hijos míos y hermanos vuestros.
Dan George
· Esta carta de Dan George, jefe de la tribu de los indios capilanos (Columbia Británica, Canadá) fue leída por el misionero André-Pierre Steinman, en el coloquio del que se da cuenta en las páginas 4 a 11. El Padre Steinman, de Puvirnituq, Nuevo Québec, que ha vivido más de 30 años entre los esquimales, afirmó en tal ocasión que, a su juicio, la elocuente carta del jefe indio expresaba también los sentimientos de los esquimales de Groenlandia y del Canadá.
Fuente: “El Correo de la UNESCO”. Enero De 1975, año XXVIII.
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