Otra, en la ciudad
Hace un par de años vi en el diario local la noticia que una parroquia del sector Santa Rosa, en Temuco, celebraría we xipantu. Hacían un llamado público. Justo lo que nosotros no hacemos cuando conmemoramos de verdad. Como ya expuse más arriba, si hay propósitos políticos, se invita y la celebración pierde su naturaleza de intimidad hogareña.
Me quedé pensando en el eterno y lamentable afán de esa iglesia y de otras en hacer proselitismo a costa de lo que sea. Me dije una vez más lo que hace varios años le dije a un amigo pastor evangélico: “¿Crees que antes de entrar en contacto con el cristianismo no éramos felices? ¿Crees, de verdad, que el cristianismo vino a ser para nosotros la salvación que mencionas en tus cultos? ¿Crees que desde entonces somos mejores hombres, mejores personas?”. Él, mi amigo, había comentado en tono de broma que yo había salido muy duro de convencer. Nos reímos de la situación, ambos.
Ahora, vuelvo a pensar en los castigos que sufrieron los viejos – mis padres entre otros – en los días que permanecieron internados en la Misión de Boroa, con el propósito de que se “educaran”. Allí tenían como objetivo evangelizar a los niños y jóvenes, hacerlos “gentes” de una vez y de paso, chilenizarlos; o sea, hacerlos gentes[1]. Entonces, cualquier método era lícito para conseguir el fin: hincarlos sobre granos de arvejas, propinar golpes con varilla o regletas, tirar de las patillas, hacer rezar no sé cuántas veces el Padre Nuestro o algún otro rezo, prohibir hablar en mapuzugun, no usar ropas de mapuche, etc. Son cosas que escuché a mi padre, entre otras. También las he oído de otras personas. Hay quienes niegan que los curas y las monjas hayan dado mal trato a los niños/as de entonces. He oído esto último a personas mapuche que han adherido al catolicismo de manera fervorosa. Lo que a mí me consta es que ellos/as no tienen edad suficiente para ser testigos de lo que dicen haber vivido los más viejos.
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